Archivo de la etiqueta: luna eterna

Encantos, peligros y promesas

Algún día de noviembre  de 2011

Pasé siete días entre libros, oraciones, palabras, trazos, líneas y puntos finales. Más tarde aparecía la noche con una plática, un acorde, un hubiera, un tequila y otro más. El último día, mientras las vibraciones de Rebolledo empezaban a apoderarse  de mí, bajé lentamente del ensueño bizarro en donde me encontraba. Desde el asfalto se levantaba una estructura blanca, gigantesca, hambrienta que por una semana acogió a la FIL. Volví a sentir mi cuerpo. El dolor de piernas y espalda lanzaba punzadas con cada movimiento. Mi piel acartonada estaba sedienta de calma.  Mucho  rímel y cafeína fueron necesarios para abrir los ojos cada mañana. Así olía la FIL: a puro chocolate.

Hace mucho tiempo terminé una pequeña novela que salió publicada la semana anterior. Mi editor insistió en que fuera a la FIL a promoverla. Yo, una autora nueva que parece más bien un manojo inocente de felicidad, acepté ir con un hueco en el estómago. No es lo mismo ir a la feria a gastar todo el dinero en libros que ir a vender mi novela. No es lo mismo escuchar a los consagrados en una presentación que hablar acerca de mí a quien lo pida. No es lo mismo acosar escritores después de las presentaciones  para arrancarles alguna palabra distraída que asistir a esas fiestas donde todos me recuerdan que no soy nada.  Sin embargo, fui.

La FIL eran pasillos fríos repletos de libros, salas cuidadosamente acomodadas, cafés perdidos en las esquinas, ecos de discursos, ganas de leer. Era un bunker de la realidad, en donde por unas cuantas horas la inseguridad, el narcotráfico, la pobreza y el desempleo se quedaban afuera. Las personas buscaban libros por diferentes razones, pero todas buscaban libros. También estaban los vendedores, los editores, los escritores, los periodistas y los agentes en constante movimiento, como hormigas rojas ardidas. Todo giraba en torno a crear, producir, distribuir, adquirir y compartir mensajes encapsulados. La FIL era un ente dinámico unido por un pegamento intersubjetivo. Era una bola gigantesca y ansiosa que a su paso coleccionaba nuevas cosas, personas, sentimientos, libros, ideas. Se hacía más grande y fuerte cada vez, casi invencible.

Yo, como parte minúscula de esa pelota gigantesca, llegué salpicada de emoción. También me asusté. No me resultó fácil compartir mi librito con extraños. Me cansé de tratar de convencer que yo no soy ningún personaje y al mismo tiempo soy todos. Me daban ataques de risa en los momentos más inapropiados. Cuando me pedían que firmara un ejemplar les escribía casi una carta. Confieso haber perseguido desesperadamente a los que compraron mi libro sólo para preguntarles por qué. Lo bueno es que de esos comportamientos extraños de escritora inexperta, lo único que recibí fueron gestos sorprendidos, amables y comprensivos. Nadie devolvió mi libro con una petición de encerrarme en un manicomio.

Luego fui a algunas presentaciones y adquirí algunos libros. Confirmé que hay un largo camino que tengo que recorrer, que mi texto es uno de millones, que todos tratan de sobresalir y que para jugar a esto de escribir hay que resistir y aguantarse las ganas de vomitar. Disfruté imaginar la manera en la que los demás empezaron: ¿se sentían igual de contentos que yo o desde el principio los envolvió la soberbia intelectual tan común en el medio? Sin embargo, la sonrisa inteligente de Andrés Neuman y los sabios consejos de Saša Stanišić me devolvieron la tranquilidad.

En este preciso instante me encuentro en una de las tantas casas que habito de vez en cuando y no son mías. Dejé atrás la FIL,  sus encantos, sus peligros y sus promesas. Siento la opresión de la gran ciudad y recuerdo la bola. Soy parte de ella y sigo rodando. Hoy sé que quiero escribir sin importar para quién. No puedo concebirlo como un mercado cuyo objetivo sea satisfacer al cliente. Quiero escribir para mí. Solamente para llenar el insoportable vacío que produce sentir tanto, mirar el mundo con otros ojos y palpar el alma de las personas, muchas veces, de manera involuntaria.  Quiero escribir hasta morir, con pasión y sin límites.

Etiquetado , , , ,