El quinto despertar de Minerva

Se descubrió mirando el atardecer detrás de unos enormes ventanales en un piso veintidós. No sintió miedo a pesar de que no entendía qué hacía desnuda en un departamento casi vacío y mirando un cielo de arco iris con consistencia de plasma. Parecía que en cualquier momento se iba a escurrir sobre una ciudad sórdida y gris. No recordaba otro atardecer ni otro cielo, mucho menos su cuerpo o el tono de su voz. Emitió un sonido lánguido desde su garganta virgen y sin entender el mecanismo, pronunció palabras cuyo significado conocía. Sus pensamientos eran imágenes desordenadas que aumentaban su confusión. Era su quinto nacimiento después de la maldición de la inmortalidad.

Un espinazo de frío le recorrió la espalda y miró a su alrededor para buscar abrigo. Encontró una manta azul turquesa y se cubrió con ella saboreando con cada poro de la piel la textura suave del algodón. Se quedó veinte minutos frente a la ventana, hipnotizada por la belleza de la muerte del día. De repente, las estrellas la salpicaron con un cansancio tan intenso que se quedó dormida sin querer. Soñó con paisajes, personas y circunstancias indescifrables. Despertó con la emoción de descubrir y revelar la verdad de un mundo totalmente nuevo y por lo tanto, excitante.

Pasó días enteros en un carrusel extremo de nuevas sensaciones. Comprendió que, por más que le explicara a la gente lo que ella apenas podía descifrar de su situación, las personas no la entendían y sólo la confundían más con sus preguntas sin repuesta. Entonces optó por vivir sin preocuparse por las razones. Fue una tarde lluviosa cuando se topó con esos ojos verdes. Se paralizó ante una mirada profunda que la envolvió completamente en una nube de vapor. Cualquier otra cosa parecía opaca ante la luz de ese hombre. “Minerva” le dijo una voz áspera que le hizo tiritar el cuerpo con una emoción totalmente diferente. Nunca nadie la había llamado por lo que desde ese momento sería su nombre.

Se descubre una y otra vez en situaciones extrañas, desnuda y en lugares incomprensibles. Nuevamente tiene que aprender a sobrevivir partiendo de la nada. Yo sigo sus pasos en todo momento, soy el único que sabe lo que le sucede. Hago lo necesario para que nadie sepa quien es y descubra nuestro secreto. Yo no la dejo en la misma vida más de dos meses. Es mi juguete y ella no lo sabe. Tampoco sospecha que al inhalar un gramo del polvo de su desintegración yo alargo mi encuentro con la muerte. Minerva es mi única diversión.

Siempre la dejo sola unos días. Yo sólo la observo en silencio con ansias locas de acercarme.  La amó y me encanta mirarla desenvolverse en lo desconocido. Me gusta como huele las frutas, cómo abre los ojos cuando se impresiona, cómo se asusta cuando algo la toma por sorpresa y cómo se conmueve con diversas situaciones que le arrancan sonrisas y lágrimas. Me impresiona su capacidad para sentir tan intenso, para emocionarse tanto. Me da un placer indescriptible su cara de confusión. No cabe duda que Minerva también explota mi sadismo. Ya me acostumbre a vivir con mi enfermedad mental, con mi obsesión de hundir mis dedos en su carne blanca.

¿Quién fuera ella para ser una niña eterna? Cuando la miro me pregunto en realidad qué es la niñez y afirmo que no es un estado físico, sino mental. La emoción de las primeras veces es el regalo de la vida para los niños, pero también para Minerva. Cualquiera que sepa lo que hago con ella, pensaría que soy cruel e infame. Sin embargo, yo estoy convencido que le estoy haciendo un favor, le estoy dando lo que una persona normal muere por tener y se frustra al no lograrlo: la emoción, la intensidad, la magnifica sensación de experimentar, las eternas primeras veces y el escape del arrepentimiento. Minerva no conoce el arrepentimiento porque nunca vive lo suficiente como para descubrir que algo hizo mal. Ella nunca se queda con las ganas de hacer algo porque no ha sido presa de los constreñimientos sociales. Nunca ha sido educada para actuar conforme a los absurdos preceptos morales. En su corta vida no se familiariza con los malditos “hubiera”. ¿Qué más puede pedir un ser humano que vivir apenas lo suficiente como para no perder la inocencia? Le estoy dando la libertad total.

Yo sigo vivo, pero envenenado por el arrepentimiento, la frustración y la insensibilidad. Ella es lo único que me emociona. Vivo a través de su ingenuidad y de su capacidad para disfrutar las cosas más simples de la vida. Sin mi niña- mujer no tendría caso mi existencia. Cómo aprender que ella es intocable, si siempre que el calor de otro cuerpo se queda en su piel por más de cinco minutos, se desintegra en mil diamantes molidos. En pocos minutos, del polvo traslúcido vuelve a formarse físicamente sin recordar nada, sin saber nada, como la primera vez.

En cada renacimiento hay cosas que no cambian. Recuerda cómo hablar, cómo caminar y sabe reconocer cuando tiene hambre y cuando tiene frío. Sabe para qué sirven las cosas y no se impresiona de los autos, los edificios, las llaves de agua. Sin embargo, no reconoce a las personas, no se acuerda de los sentimientos o de las conjeturas acerca de la vida. No recuerda las ideas que formuló en su corta vida pasada, ni las conclusiones que obtuvo de algún aspecto. Tiene que generar nuevas opiniones. Es curioso cómo ante los mismos estímulos, sus respuestas son iguales a las de su vida anterior. Su esencia, sus sentimientos, sus impulsos y sus deseos no cambian. Siempre se vuelve a enamorar de mí.

Así como disfruta de cada día cómo si fuera el último, también comete los mismos errores una y otra vez. Se vuelve a enamorar de mí. Yo la conquisto con las cosas que se que le gustarán y luego empezamos juntos el juego de la seducción. Se avienta al huracán de sentimientos sin ataduras, hasta que, presa de la necesidad de su espíritu por juntarse con el mío, me deja amarla. Así la mato.

Los racionalistas asegurarían que su existencia es una locura, pero lo irracional es confiar en el aprendizaje colectivo. Ella no sabe nada de historia. El año 3015 de su quinto renacimiento no significa nada. Tantas veces he escuchado “vive cada día cómo si fuera el último”, Minerva lo hace cómo si fuera el primero. El objetivo de ambas posiciones es la búsqueda de la intensidad. La diferencia es que Minerva no vive intenso por la incertidumbre de morirse al día siguiente, sino simplemente por la pasión de sentir. Su audacia es más real.

Las tardes lluviosas cargan una tonelada de nostalgia en el aire. Minerva tiene el alma romántica. Siempre busca inconscientemente las situaciones que fuerzan sus sentidos y la muerte por amor. Es por eso que escojo los recuerdos inexistentes inmersos en el olor a lluvia y en el gris del cielo para acercarme a ella por primera vez. La primera mirada marca el inicio de su muerte, tan lenta o rápida como a mí se me antoje. Me es difícil contener las ganas de tener su figura delgada en mis brazos y estrecharla con ternura hasta sentirla desvanecer. Es entonces cuando su mirada se vuelve tan vulnerable que le da un atractivo lascivo casi fatal. La bautizo en el nombre de la fuerza con la que nos vamos a querer: Minerva mi fuente de vida, Minerva mí víctima perfecta, Minerva mi diosa inmortal…

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4 pensamientos en “El quinto despertar de Minerva

  1. Lei Manzur dice:

    Está buenísimo el cuento!!! La forma tan sutil como escribes y describes, las descripciones suficientes, detalladas pero no cansinas, el uso preciso de cada palabra, hacen de tu cuento una verdadera maravilla. Es bueno leer cosas así. Un abrazo, prima!!!

  2. Preciosas metáforas, incluyendo algunos aforismos que intentan romper con tradicionales frases que no necesariamente son ciertas: vivir cada día como si fuera el primero… me encanta pensar así

  3. xose060409 dice:

    Gran cuento… Espero tener el ánimo y la fuerza de escribir algo similar… Yo voy haciendo mis pininos, pero me falta mucho aún… Felicidades…

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